Los mercedarios de Panamá y su misión con el más necesitado, una obra social que no se detiene
Del dolor de ver ancianos durmiendo en las calles nació el Hogar San Pedro Nolasco; de la necesidad de dar futuro a los niños pobres surgieron centros educativos; y del carisma de liberar cautivos, el ministerio en las cárceles panameñas
[Artículo extraído en su totalidad de Panorama Católico -el medio impreso de la Iglesia Católica en Panamá-]
La historia de la Orden de la Merced en Panamá es la de una fe encarnada en la realidad social más dura. Desde que llegaron en 1980 al barrio de El Chorrillo, los Mercedarios decidieron no instalarse en un lugar cómodo, sino en uno de los sectores más golpeados por la pobreza, la violencia y el abandono. Ahí comenzaron un camino de servicio que hoy se refleja en obras concretas: un hogar para adultos mayores sin familia, centros educativos para niños y jóvenes en riesgo, y un trabajo pastoral constante con las personas privadas de libertad.
Un hogar nacido del dolor y convertido en refugio
Todo comenzó cuando los padres Joaquín Millán Rubio y Tomás Tomás observaron cómo varios ancianos dormían en los portales de la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, muchos estaban enfermos, sin familiares ni recursos. Fue entonces cuando la respuesta no se hizo esperar y decidieron abrir un espacio donde pudieran vivir con dignidad.

Así nació el Hogar San Pedro Nolasco, que se ha convertido en casa y familia para decenas de adultos mayores. Hoy, 38 residentes reciben alimentación, atención médica, terapias, acompañamiento espiritual y, sobre todo, afecto. «El Hogar no es un asilo, es un lugar donde los abuelos vuelven a sentirse en casa», afirma fray Javier Mañas, uno de los religiosos de la orden.
Sembrar esperanza antes de que sea tarde
Con la experiencia en El Chorrillo, los frailes de la Orden de La Merced entendieron que atender a los niños era clave para romper los ciclos de pobreza y violencia. Fue entonces cuando nació el Centro de Formación Integral Nuestra Señora de la Merced, que hoy atiende a más de 600 estudiantes entre maternal y pre media. En estas aulas no solo se enseña matemáticas o lectura, sino que cada niño recibe alimentación diaria, apoyo psicológico, acompañamiento espiritual y el abrazo de una comunidad que cree en su futuro. Muchos provienen de hogares disfuncionales, y el centro educativo se convierte en su segundo hogar, sobre todo, porque allí pasan la mayor parte de su día, pues el horario va desde las 7 de la mañana hasta las 3 de la tarde.
El modelo se expandió a Burunga, en Arraiján, donde la Fundación Educativa San Pedro Nolasco y el Colegio Federico Humbert trabajan con más de 400 estudiantes y sus familias. Allí, la apuesta también es integral, brindando formación académica, fortalecimiento de valores, nutrición y prevención de la violencia juvenil. «Cada niño que cuidamos es una vida que rescatamos de futuros grilletes, ya sea la droga, la pandilla o la cárcel», señala fray Javier.


Además, cuentan con el Centro de Estimulación Temprana para niños de 0 a 3 años, que ofrece este servicio y el de educación inicial de alta calidad, esperando tener como resultado niños que estén en condiciones de ingresar a la educación formal habiendo logrado los hitos correspondientes a sus edades y en una condición de salud física y emocional óptima y, de esta manera, puedan desarrollarse plenamente en centros educativos y en sus comunidades.

En la cárcel puede florecer la esperanza
El carisma mercedario nació hace ocho siglos en Barcelona, cuando San Pedro Nolasco fundó la orden para redimir a los cautivos. Hoy, ese mismo espíritu se actualiza en Panamá a través del acompañamiento a personas privadas de libertad en La Joya, La Joyita, El Renacer y Tinajitas.
Allí, los religiosos no solo celebran la Eucaristía, también ofrecen escucha, talleres formativos, espacios de oración y una mano amiga para quienes, muchas veces, se sienten olvidados por la sociedad.

«Estar privado de libertad no es perder la dignidad. El Evangelio nos recuerda que cada persona tiene un valor infinito y que siempre se puede volver a empezar», sostiene fray Javier.
Guardianes del patrimonio y la memoria
Los mercedarios también custodian uno de los templos más emblemáticos del país, la Iglesia de La Merced, en el Casco Antiguo, un monumento histórico que forma parte del legado cultural y espiritual de Panamá. Desde ese lugar, se entrelazan la historia colonial, la tradición religiosa y la vida comunitaria que sigue viva entre las piedras centenarias.
Hoy, la comunidad mercedaria en Panamá está integrada por sacerdotes, religiosos y jóvenes en formación. Su labor no sería posible sin la colaboración de voluntarios, profesionales de la salud, docentes y laicos comprometidos que, inspirados en el carisma de la Merced, hacen posible que la esperanza se concrete en acciones diarias.


En un país marcado por desigualdades, los mercedarios representan una presencia de misericordia y libertad. Su misión se refleja en cada anciano que vive a plenitud y parte de este mundo acompañado, en cada niño que descubre su potencial en un aula, en el orden y el cuidado de cada templo histórico y en cada privado de libertad que sueña con una segunda oportunidad.
Más que una congregación religiosa, la Merced en Panamá es hoy un faro de dignidad que ilumina las periferias sociales y espirituales del país.
Artículo original (clicar para ver)


