Entrevista a un fraile mercedario: «La cárcel es el lugar donde más se reza»

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Nacido en Barcelona en 1964, el P. Fernando Ruiz es el capellán de la prisión de Teruel y ha pasado de las misiones en Latinoamérica a celebrar misa en pequeños pueblos

 

[Artículo extraído íntegramente del periódico Heraldo de Aragón]

 

En la Edad Media, los frailes mercedarios liberaban a cristianos capturados por musulmanes. ¿A quiénes rescatan ahora?
A seres humanos en cautividades como aquellos o peores, con la complicación de que ya no es dentro de la confrontación islamismo-cristianismo, sino en la lucha por la dignidad y la posibilidad de mantener la fe.

¿Y cuáles son esos nuevos cautiverios?
En Teruel, donde soy capellán del centro penitenciario, trabajamos con el mundo de la delincuencia. La sociedad está muy de espaldas a quien entra en la cárcel, el lugar donde más se reza junto con los hospitales. No ayuda al preso ni a su familia y, al salir, las posibilidades de reinserción son muy bajas.

Reconforta a los reclusos. ¿Qué les dice?
Entro con un equipo pequeñito de pastoral penitenciaria y hacemos unos cuantos programas. En la celebración religiosa invoco muchísimas veces a la esperanza, a la capacidad de perdonarse y pedir perdón y al compromiso de ayudarse unos a otros.

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P. Fernando Ruiz confesando a un interno en el Centro Penal Mariona, El Salvador

¿Qué le piden los presos?
Algunos no tienen ninguna fuente de ingresos y necesitan un mínimo de economía para poder llamar a sus familias o comprar algún producto básico de higiene. Aportamos esas pequeñas cantidades que, sin embargo, cambian la situación. De no tener nada a tener 15 euros, significa poder llamar a casa.

¿Les reprende por sus delitos?
Nunca pregunto por qué están allí. Es una norma básica para el encuentro personal, que es, seguramente, lo más importante. Los recibo como personas y, cuando alguno quiere compartir parte de su vida, lo escucho desde la empatía y el respeto, no desde la compasión o la complicidad.

¿Hay palabras de piedad para delincuentes como Igor el Ruso, interno en Teruel unas horas?
Siempre cabe la misericordia, sin cerrar los ojos a la necesidad de justicia. Hay conductas terribles que merecen un castigo ejemplar y protección de la sociedad, pero eso no puede quitar la misericordia y la humanidad, que es nuestra apuesta. La labor en el mundo penitenciario indica la salud humana de una sociedad.

¿Qué opina de la prisión permanente revisable?
No es la solución, como tampoco lo es devolver a la persona a la sociedad sin garantías de que haya cambiado. No es cuestión de alargar el tiempo, sino de conocer a la persona y ayudarle a cambiar mientras está en prisión y, a partir de ahí, tomar decisiones.

¿Qué delito le produce más rechazo?
Los delitos sexuales me parecen aborrecibles y donde hay una muerte se produce un quiebro irreparable para todos, también para quien lo ha cometido. A veces, cuesta asimilarlo y tengo que renovarme en el esfuerzo por acoger a la persona. Pero, como dijo Jesús, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

¿Algún preso le ha agradecido sus desvelos?
Sí, hay casos muy bonitos. Recuerdo un preso de la cárcel romana de Regina Coeli al que yo prestaba libros. Se leyó las obras completas de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz y empezó a tener experiencia mística. Vi en él el proceso por el que una persona se hace santa.

Llegó a Teruel hace cinco años tras haber estado en Venezuela y Guatemala. ¿Cómo son allí las cárceles?
Las cárceles de aquí comparadas con las de Latinoamérica son un ‘kinder’, un jardín de infancia. Hay respeto, orden y cuidado de la salud. Allí se pasa hambre y hacinamiento y hay palizas y extorsiones entre presos.

Es uno de los cuatro frailes que habita el convento de Santa María del Olivar, en Estercuel, con 40 celdas. ¡Vaya bajón vocacional!
Ciertamente, en España hay muy poca respuesta vocacional, resultado de la deriva europea de valores y fe. Creemos que al haber progresado en ciencia y economía hay menos fe, pero eso no ocurre en otras culturas. Hemos intentado un mundo laico y uno de los frutos es la falta de vocaciones.

Ha pasado de las multitudinarias misiones en Guatemala y Venezuela a la calma de un convento en medio del monte.
He aprendido a no mirar los números. Celebro misa en La Zoma con la misma reverencia que lo hacía en la antigua Guatemala; allí, con 700 personas, aquí con 9 contándome a mí y a la Santísima Trinidad. En Teruel también soy misionero. En Europa tenemos muchos menos problemas y sufrimiento, pero somos menos felices.

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P. Fernando Ruiz en una de sus misiones en Guatemala

¿Cómo explica eso?
La felicidad no proviene de tener cubiertas las necesidades materiales o el respeto a tus derechos. Lo importante es cómo atiendes a las personas con las que vives.

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P. Fernando Ruiz realizando una de sus pasiones, desde el Monasterio del Olivar: La Astronomía

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