Internos de una prisión checa construyen violines para donarlos a colegios

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[Artículo extraído íntegramente de la Agencia EFE]

 

Ayudar a pasar el tiempo de la condena, aprender un oficio que facilite la reintegración social y ayudar a que los escolares tengan instrumentos de calidad son las tres patas de un proyecto que ha transformado a decenas de presidiarios checos en auténticos «luthiers».

La prisión de Odolov, al noreste de la República Checa, acoge a unos 300 presos, de baja y media peligrosidad, con penas que no suelen pasar de un año.

«Lo peor aquí es el aburrimiento. Y el taller da sentido a los minutos que pasan en prisión», explica a Efe la psicóloga del centro, Gabriela Safarova.

De jugueteros a luthiers

En la prisión existía desde hace años una carpintería en la que los internos fabricaban juguetes.

La música llegó a Odolov en 2006, cuando el vigilante Pavel Stanek, músico de formación, y el exsoldado Zdenek Hetfleis, ahora educador y gestor de tiempo libre, unieron fuerzas para crear un taller de instrumentos musicales.

«En una población de 300 reclusos siempre encuentras uno o dos con talento, aunque sólo dispones de unos meses para trabajar con ellos», cuenta Hetfleis.

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La llegada de Stanek revolucionó la juguetería y los más habilidosos comenzaron a dedicarse a algo más sofisticado: la lutería o fabricación artesanal de instrumentos de cuerda.

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Desde entonces, unos 60 presos han cumplido sus condenas ejerciendo de «luthiers» en un taller donde se han fabricado unos 60 violines, violas y violonchelos y se han reparado otros 300.

Reinserción social

Además de ayudar a superar la ansiedad y el tedio del paso por la prisión, el trabajo en el taller ha contribuido a la reinserción social de muchos presos.

Tomas Kubin, director del centro desde hace cinco años, resume con estas palabras el éxito que ha tenido la reinserción:

«De los 60 reclusos que han participado durante estos años en el taller, ninguno ha reincidido»

De hecho, asegura que algunos reclusos que participaron en este programa han acabado creando su propio taller o se dedican a la restauración de instrumentos como afición tras cumplir su condena.

«He corregido mi percepción sobre los presos y, sin llegar a hacerme falsas ilusiones, pienso que aquí somos capaces de enseñarles a hacer obras buenas, para compensar el mal realizado»

Uno de estos luthier es David Giña, un soldador de 42 años que cumple su segunda condena por conducir sin la documentación pertinente.
Giña, actualmente el único preso que trabaja con los instrumentos, asegura que el taller le ayuda a olvidar que hace ocho meses que no ve a sus cinco hijos.

«Aquí estoy en casa, amo este sitio. Muchas veces paso aquí todo el día, desde la mañana hasta las ocho de la tarde. Y no tengo la sensación de estar en la cárcel»
«Lo primero que hice fue arreglar una guitarra. Luego trabajé algo con violines y me di cuenta de que sirvo para ello»

Los acordes de los violines creados en Odolov han sonado ya en lugares tan emblemáticos como la Catedral de San Vito de Praga y en el Klemetinum de Praga.

La gran recompensa de todo este trabajo, que es voluntario y gratuito, es ver como en el rostro de los reclusos, a menudo adictos a la droga o el alcohol, se dibuja una sonrisa al regalar a niños los instrumentos, asegura el director de la prisión.

(Vídeo extraído de El Español -Diario digital-)

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