Núria Ortín: «Seguimos con un modelo de cárcel que no funciona, pues no rompe la espiral del dolor»
La directora de la Fundación Obra Mercedaria ha escrito el libro «Condenas compartidas»
«Hemos de acometer un cambio espiritual como humanidad y poner en el centro el perdón y el amor»
[Entrevista extraída en su totalidad de la revista Vida Nueva, por Miguel Ángel Malavia]
«Condenas compartidas» (Claret), obra de Núria Ortín, directora de la Fundación Obra Mercedaria, es una inmersión a pleno pulmón en el mundo de la cárcel. No desde un punto de vista técnico o teórico, sino vivencial, poniendo el foco en la humanidad que palpita entre barrotes.
Tu libro se plasma en 33 entrevistas, tanto a personas presas como a los mercedarios que las acompañan en algunos penales de España, de Mozambique y de varios países centroamericanos, donde la situación es aún más difícil. Lo primero que llama la atención es el tono directo y sencillo de las preguntas y la transcripción literal de las respuestas. Sin adornos ni alharacas, mostrando tal cual el alud de vida percibido… ¿Es algo que te propusiste desde el inicio del proyecto?
Por mi parte, me muestro tal y como soy. Y, en cuanto a los entrevistados, lo mismo. Lógicamente, a los mercedarios los conozco bien, aunque no había pensado las preguntas ni escrito un guion. De los internos no sabía nada ni de lo que me iba a encontrar al entrar a cada cárcel. Llegaba, nos mirábamos a los ojos y ya, según la conexión que surgía entre nosotros, fluía sola la conversación.
Un principio básico para mí, partiendo del respeto a la persona, era que cada uno contase solo lo que quisiera. Yo no sé el motivo que ha llevado a nadie a la prisión, así que cada entrevistado ha ido centrándose en lo que ha querido destacar, hablando sobre su situación dentro o antes de entrar a la cárcel, su trauma, sus deseos al salir…
También hay otro aporte extra para el lector. En cada perfil del entrevistado, además de su foto y una breve presentación, aparece un código QR por el que se puede acceder a un vídeo de la respectiva entrevista, con un fragmento de unos tres minutos de la misma. Así, además de leerle, se puede ver cómo se expresa, su mirada… Es una información extra que nos puede enriquecer a la hora de conocer a la persona.
Vinculación especial
Como refleja fielmente el título de la obra, muestras la estrecha unión entre las personas privadas de libertad y los religiosos que encarnan su vocación en una pastoral de la presencia que conlleva una entrega total. ¿Cómo sería la vida de los presos sin sentir a su lado a quienes simplemente están junto a ellos, sin juzgarles?
Con lo de «Condenas compartidas» he querido incidir en que estamos ante historias duales, habiendo una estrecha relación entre el interno y el mercedario que le acompaña. El religioso que entra en la cárcel y pone en el centro a la persona, fiel a su carisma, comparte el proceso que esta vive dentro. Lo hace suyo y acompaña de un modo constante a una vida que permanece invisibilizada mientras está presa.
Es cierto que muchos presos no consiguen rehacer su camino. Pero con este libro quiero destacar que, cuando un mercedario llega a la vida de una persona privada de libertad, hay un cambio en ella. No es ni mucho menos algo indiferente. De hecho, muchos sí logran rehabilitarse y destacan que no lo habrían conseguido sin estos religiosos a su lado. Si hubieran estado solos, su destino habría sido muy diferente, como les ocurre a los muchos que vuelven a caer o que incluso llegan a suicidarse.
Muchos internos no tienen un entorno al que agarrarse y, cuando salen a la calle, se encuentran un mundo muy diferente del que conocieron. Sin un piso al que poder ir, sin dinero, sin familia… Para muchos es muy difícil y no pueden salir adelante, volviendo a caer en las situaciones que los llevaron ya a la cárcel. Por eso reivindico aquí algo que veo en la Fundación Obra Mercedaria: con la mediación adecuada, herramientas y ayudas concretas, estas personas salen adelante. Se insertan en la sociedad y vuelven a sentirse parte de algo. Al fin y al cabo, este es el objetivo que se supone que había cuando se las condenó.
A lo largo de las páginas, aparecen todos los sentimientos humanos: esperanza, hastío, fe, vergüenza, culpa, superación, admiración, amor… Uno de los presos, con una marcada sensibilidad, reconoce que hace mucho tiempo que no es visitado por nadie… Olvidado por familia y amigos, llega a decir que siente «desafección por la humanidad». Y, al momento, añade que tiene «necesidad de hablar de Dios a los hombres»… Como entrevistadora, ¿también has sufrido? ¿Ha habido algún momento especialmente duro, sabiendo que quien te muestra su impotencia se queda allí y por un largo período de tiempo?
Los protagonistas del libro «Condenas compartidas (Vidas de entrega, lucha y superación en un mundo hostil e invisible)»
Este caso que comentas es, posiblemente, el que más me ha impactado. Era alguien con una notable capacidad intelectual y con el que surgían preguntas elevadas, cuestionándonos por nuestra misión en la vida y sobre qué hacemos aquí. Un psicólogo que trabajaba en un colegio, con su vida hecha… Y que, de pronto, acabó cumpliendo 20 años de condena. Cuesta creer que ocurran cosas así, pero es ahí cuando te das cuenta de que le puede pasar a cualquiera en un momento dado.
Te cuestiona mucho sobre la importancia de la salud mental. Como el caso de Jordan, un joven que realmente no recordaba lo que había hecho y que lo supo después de varios días en calabozo, cuando se lo dijeron. Se enfrentaba a una condena muy larga por algo muy grave y, por el trauma, ni siquiera lo recordaba… Esto le pasa a varias personas. Un minuto, del que no son siquiera conscientes, ha cambiado su vida por completo.
Esto te hace pensar a todos los niveles. Reflexionas sobre el sistema, sobre la propia existencia de Dios… Te obliga a parar y pensar. Sientes que el mundo podría ser muy bonito y diferente, pero nos lo hemos cargado y es muy injusto. Con este libro llamo a empatizar con el otro, a cambiar las miradas y romper los estigmas. En vez de juzgar, hay que respetar a la persona. Realmente, no sabemos casi nada de la situación de cada interno.
En cuanto a lo último que me preguntas, sí, claro que se sufre cuando terminas la entrevista y te vas. Esa persona te ha abierto su alma y, dentro de una hora, va a seguir sola, con sus preocupaciones… Por eso he tratado de tener un tono positivo, incluso con humor.
Pero me queda una gran conclusión: el actual modelo de cárcel no funciona. De verdad, no sé cuál es la alternativa, pero hay que cambiarlo, pues estar encerrado va contra la naturaleza del hombre y, cuando sale, en vez de mejor, queda una versión más monstruosa. Muchos salen con más rabia y odio, pues dentro de la prisión sufren más violencia. Nacemos libres y estas condenas no nos cambian, no nos rehabilitan. No cumplen su objetivo. En pleno siglo XXI, seguimos con un modelo de cárcel que no funciona.
Los que no pueden cambiar
Impacta el caso de presos en cárceles centroamericanas que pertenecen a «maras» y que, aunque manifiestan que quieren cambiar de vida, ya no pueden hacerlo…
Tal cual. No pueden salir de la mara porque, si lo hacen, los de la banda rival lo van a matar. Y así lo cuentan mercedarios que los han acompañado… Esto es muy duro. Y también te hace tener claro que tenemos que romper la cadena del odio, del ojo por ojo. Hemos de acometer un cambio espiritual como humanidad y poner en el centro el perdón y el amor. Si no, no avanzaremos. Desde la empatía, hay que saber ponerse en el sito del otro para romper la espiral de dolor.
A nivel espiritual, un mercedario apunta que, en la cárcel, «Dios se hace presente en la eucaristía o dando un cigarro a un preso». Otro reivindica la pastoral «del cariño y la sonrisa», con la que «se acompaña y no se juzga». Uno más enfatiza que «en prisión he conocido a gente que ha hecho cosas malísimas, pero jamás a una mala persona, alguien deshumanizado». Y hay quien admite que, «gracias a la confesión, es un alivio poder descargar tanto sufrimiento en Dios»… Sin duda, estamos ante hombres de Dios que marcan, ¿no?
Sí, los mercedarios marcan y son un símbolo de conversión espiritual. Dentro de la cárcel, son para muchos un apoyo, una luz de esperanza. Visitan a aquellos a los que nadie va a ver. Cada uno tiene su perfil e identidad, pero reflejan perfectamente el carisma que les une a todos.
Muchos de mis amigos, algunos no creyentes, al leer el libro, me han dicho: «Ahora entendemos tu pasión por los mercedarios». Por eso creo que «Condenas compartidas» es para creyentes y no creyentes, para personas de toda condición y edad. Al fin y al cabo, nos habla de humanidad.
Lección de vida
Después de todo lo hablado, conocido y vivido en este proceso que ha culminado el libro, ¿qué has aprendido por encima de todo?
(responde tras un largo silencio) Ya lo sabía, pero ahora soy más consciente de que a veces las cosas pasan por algo y llegan a su tiempo, teniendo que saber mirar lo que ocurre en su globalidad.
También me ha hecho pensar mucho y, de algún modo, me ha puesto frente al espejo. Hay quien me ha dicho que no he puesto el necesario foco en las personas que trabajan dentro de la cárcel y que hacen una gran labor con los presos. Y es cierto que esa mirada ha podido faltar.
Otros me han comentado que a veces parezco «defender» a quienes «han hecho cosas muy malas»… Y sí, llegan momentos en que tú misma te cuestionas y ves necesario ordenar tus propias ideas y valores vitales.
Pero entonces es cuando acepto que, aunque soy muy racional, hay cosas que se nos escapan de las manos, que son realmente un misterio. No todo tiene una razón de ser, una explicación. Y menos en la cárcel… El mundo es muy injusto y jamás podremos entenderlo. Hay que aceptarlo. En esos momentos pienso que, en su día, ya se lo preguntaré a Dios, a ver si Él me lo explica.