P. Alberto Vera: «Mozambique es el país de África con mayor desnutrición infantil»

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El padre Alberto Vera Aréjula, obispo auxiliar de la diócesis de Xai-Xai, en Mozambique, lleva 18 años en este país africano, y forma parte de ese poco más de un centenar de españoles que son obispos en países de misión.

El padre Alberto nació el 8 de abril de 1957 en Aguilar del Río Alhama, en la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Entró en el seminario mercedario de Reus en 1967. Se ordenó sacerdote el 22 de agosto de 1981. Fue vicario en la parroquia de Nuestra Señor de El Puig, Valencia entre 1982 y 1985; formador de postulantes y promotor vocacional de la provincia centroamericana de su Orden en la ciudad de Guatemala, de 1986 a 1994; Consejero Provincial y responsable de pastoral juvenil y vocacional en la Provincia de Aragón entre 1994 y 1997; pasó a ser hasta el año 2000 formador en la comunidad de su Orden en Reus.

De los años 2000 al 2013 ha sido superior de la comunidad de Matola, en Mozambique, rector de estudios del seminario mercedario, párroco, consejero diocesano de Caritas de Maputo. Desde el 2013 era superior de la nueva comunidad de Xai-Xai, en la nueva parroquia de Nossa Senhora das Mercês.

¿Qué problemática existe en Mozambique?

Los principales problemas que tenemos se generan como consecuencia de la pobreza generalizada, es decir, en el país no disponen de lo indispensable para la vida. El 50% de toda la población de Mozambique y Xai-Xai no tiene agua potable.

Un porcentaje bastante elevado tampoco puede utilizar la electricidad. Hay muchas familias que, debido a vivir en zonas de inundaciones, han perdido sus bienes, sus casas. Esa gente se queda en una situación verdaderamente nefasta.

Esta situación deriva a otras también graves…

Exacto. A través de estos problemas se crean otros secundarios, como la falta de empleo. La mayor ilusión de los jóvenes es emigrar a África del Sur, pero cuando llegan allí se dan cuenta de que no se atan los perros con salchichas.

Lo que encuentran en África del Sur, después de mucho sufrimiento, son trabajos en la mina, trabajos que nadie quiere hacer, y lo que nos traen de regreso son muchas enfermedades respiratorias o SIDA dejando hijos y muchos huérfanos.

En este momento en Mozambique hay 1.000.000 de huérfanos de menos de 18 años debido al SIDA. Uno de los graves problemas que tenemos en la diócesis de Xai-Xai es que el 33% de la población tiene esta enfermedad.

¿Qué momentos, después de sus 18 años en Mozambique, han sido los más duros y los que le han emocionado más?

Muchos de ellos no sé si se pueden contar, pero de los más duros que yo personalmente he vivido son algún asalto que nos hicieron, cosa que muchas veces te hace reflexionar: estoy dando la vida por ellos, y al final aquí hay gente que no lo agradece, sino todo lo contrario, te viene a hacer daño.

Con respecto a la convivencia con los mozambiqueños, con los que he compartido estos últimos 18 años, puedo decir que me ha enternecido el corazón verme imposibilitado, indefenso, sin poder hacer nada, ante situaciones de niños y de niñas que están desprotegidos, principalmente en las zonas rurales.

Hace 3 semanas en una visita vi como bebían agua amarilla. ¡Como puede ser esto! Bebían de un lugar donde las vacas meten las pezuñas. No entiendo como puede ser que todavía hoy haya personas, con las condiciones que hay en el mundo, que tengan que vivir peor que los animales.

Ante situaciones de riesgo y dolorosas como estas, ¿qué es lo que le hace seguir adelante?

Lo que me empuja para adelante es la ilusión de ver como mi presencia y el acompañamiento a tantas personas que me rodean les hace algún bien. Yo estoy ofreciendo un tesoro que no soy yo, es mi fe en Jesucristo. Lo ofrezco casi sin darme cuenta, y al mismo tiempo recibo las alegrías de un pueblo sencillo, de un pueblo humilde, de un pueblo que, a pesar de vivir en la pobreza, sabe saborear la vida.

¿Se trata de un pueblo feliz?

Sí, sin duda. Por ejemplo, en mi última visita en la frontera con Zimbawe, no había luz, no había agua…eran unas de las condiciones más infrahumanas que jamás haya visto.

Ese día, en una de las comunidades, la comida que teníamos era simplemente una masa de tapioca. Entonces, estando con la gente, y viendo lo felices que se sienten disfrutando de simplemente eso, me di cuenta de muchas cosas.

Uno ve como comparten, dialogan, como pasas todo el día con ellos y lo felices que están. Este acto tan simple de compartir te hace reflexionar sobre qué es lo importante en este mundo. Las relaciones, el estar juntos, el vivir…si viene una enfermedad, pues morimos, pero aquí disfrutamos con lo que tenemos.

¿Cómo recibió su nombramiento como Arzobispo?

Ha sido una de las experiencias que más me han marcado. Era una cosa que jamás había pasado por mi cabeza. Al revés, ya que cuando alguien alguna vez me lo había insinuado, para mi era como si se me hubiera aparecido el demonio.

Gracias a Dios y a lo que él nos da, al final lo que espera de nosotros es esa disponibilidad para entregarnos, para el trabajo, y para que con lo que tenemos, trabajemos con el pueblo y con la gente.

¿Ha cambiado su vida?

La vida me ha cambiado totalmente. De lo que más nostalgia tengo es de la vida en comunidad. Ahora se depende más de uno mismo, y eso a veces te hace sentir solo, pero luego hay una cosa que en estos dos últimos años me ha agradado: la amplitud de miras que he ganado con esta experiencia. Poder ver la realidad no sólo a través del entorno que me rodea, de mi isla. Eso, de alguna forma, te da pistas de trabajo para saber dónde orientar los propios esfuerzos, los recursos que tenemos.

 ¿Por qué se debería apoyar y donar a Mozambique?

Allí se vive una pobreza generalizada. Es una injusticia que muchas personas no tengan oportunidades para mejorar. Mozambique es el país de África con mayor desnutrición infantil, un 45% según las últimas estadísticas. Todo aquello que sea para que el niño crezca en condiciones, agua, salud y educación, va a darles posibilidades, ya que se trata de un pueblo trabajador.

La mejor forma de combatir esta situación es dar instrumentos de trabajo para que uno salga por sí mismo de los problemas. Eso es lo más importante, que nos sean dependientes ni del primer mundo ni de nadie, sino que ellos puedan realizar su propia vida. Su trabajo, su producción, su sustento, su educación…

Creo y tengo esperanza en su crecimiento. Después de 18 años, he visto que han mejorado mucho las cosas, a pesar de ser un país tan pobre, pero todavía faltan apoyos para que lo haga aún más.

 

 

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