Núria Ortín: «Las prisiones son las grandes silenciadas de la sociedad»

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Trabajar por la libertad y la dignidad de las personas son los objetivos de Obra Mercedaria, una entidad con ocho siglos de historia que trabaja en sintonía con los tiempos haciendo frente a las nuevas formas de esclavitud que afectan a los colectivos más vulnerables de la sociedad

 

Fundación Obra Mercedaria está orientada de forma integral al mundo penitenciario. Por eso contempla el antes, el durante y el después de la cárcel. Lo primero es la prevención. «Prevenimos educando», explica Núria, «donde hay educación, herramientas, valores, hay más posibilidades de no delinquir»

 

En las prisiones, el mercedario es el mediador, el vínculo entre los presos y la sociedad, la persona a la que se le pueden encargar desde pilas por un reloj hasta cigarrillos, pasando por mensajes a la familia («di a mi madre que estoy bien») o al abogado («me ha llegado un papel que no entiendo qué significa»)

 

[Artículo extraído íntegramente de Religión Digital -escribe Jordi Pacheco-. Foto de portada Adrián Quiroga]

 

Hay diferentes hipótesis sobre el lugar de nacimiento de San Pedro Nolasco (1180-1249). Algunos historiadores lo sitúan en Languedoc-Rosellón, sur de Francia; otros, en Barcelona. De lo que no cabe duda es que desde inicios del siglo XIII el santo entregó su vida y su patrimonio personal con el afán de liberar a las personas que vivían cautivas por parte de los musulmanes. Primero lo hizo en Valencia, después, en Barcelona.

Fue durante una noche de verano de 1218 en la ciudad condal donde, según la leyenda, se le apareció la Virgen encomendándole la creación de una orden dedicada a rescatar a los cristianos de un sufrimiento que los llevaba a perder la fe. Fruto de la experiencia nació en la Catedral de Barcelona, y con el patrocinio de Jaime I el conquistador y el obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, la Orden de la Merced.

 

Patrona de Barcelona… y de las prisiones

«La Virgen de la Merced es patrona de Barcelona y patrona de las prisiones, pero hay muchos barceloneses que esto último no lo saben», advierte Núria Ortín, en la azotea del edificio que alberga la curia provincial de los mercedarios, desde donde se escuchan los chillidos de los niños de la Escola Castella. Es una mañana soleada del mes de octubre en pleno barrio del Raval, y es desde aquí que Núria dirige la Fundación Obra Mercedaria, presente en 23 países, divididos en 8 provincias, 6 vicarias y 5 delegaciones.

La orden mercedaria se distingue de otras congregaciones religiosas por el cuarto voto, consistente en dar la vida por los demás. «Los mercedarios pagaban por el rescate. Y en los casos en los que no se llegaba a un acuerdo económico, entonces daban la vida para liberar a alguien. De esta forma se quedaron por el camino unos mil miembros de la congregación. Muy heavy», sentencia Núria.

Fundación Obra Mercedaria está orientada de forma integral al mundo penitenciario. Por eso contempla el antes, el durante y el después de la cárcel. Lo primero, el antes, es la prevención. «Prevenimos educando», explica Núria, «donde hay educación, herramientas, valores, hay más posibilidades de no delinquir«. En países del Tercer Mundo, marcados por otros tipos de problemáticas, la labor preventiva a menudo lleva a los mercedarios a rescatar a menores de las calles para evitar que acaben en prisión.

Lo que miran los mercedarios al entrar en un centro penitenciario son rostros humanos, almas, independientemente de su religión

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Reunión anual de capellanes de prisiones en la curia mercedaria de Barcelona

En cuanto al período de cumplimiento de una pena, el durante, lo que miran los mercedarios al entrar en un centro penitenciario son rostros humanos, almas, independientemente de su religión. En las prisiones, el mercedario es el mediador, el vínculo entre los presos y la sociedad, la persona a la que se le pueden encargar desde pilas por un reloj hasta cigarrillos, pasando por mensajes a la familia («di a mi madre que estoy bien») o al abogado (» me ha llegado un papel que no entiendo qué significa»).

Como ejemplo de la influencia de los mercedarios en las cárceles, Núria hace referencia a Wad-Ras, la cárcel de mujeres de Poblenou. «En este centro» detalla, «cuando la directora, Soledad Prieto, no sabe cómo desatascar una situación, pide ayuda al Padre Jesús Roy, todo un referente del ámbito penitenciario».

Según el Idescat, en el 2020 había cerca de 8 mil personas cumpliendo penas en las cárceles catalanas. La mayoría eran hombres, condenados por delitos como hurtos y tráfico de estupefacientes. La cifra de mujeres se sitúa en torno al medio millar. «Los hombres delinquen más -comenta Núria-, y al contrario que las mujeres, no tienen una red protectora entre su entorno cuando salen de prisión. La mujer siempre tiene algún pariente, la hermana, la madre, o alguna amiga».

Muchas mujeres delinquen por coacciones. A menudo vienen a España en avión y las utilizan como ‘mulas’, es decir, para cargar paquetes con droga. Algunas veces son conscientes de ello y otras no. La ignorancia y necesidad de buscar un futuro mejor las hace vulnerables.

 

Salir de la prisión

El después, es quizás la parte más difícil. Quien sale de prisión a menudo lo hace sin ningún tipo de apoyo familiar, económico o social. «Las cárceles -advierte Núria- son bolsas de pobreza en las que se encuentran mezclados prostitutas, delincuentes, drogadictos, alcohólicos, enfermos, personas con problemas de salud mental… Son los más repudiados de la sociedad, el último eslabón. Por eso, cuando salen a la calle no tienen nada ni nadie que les ayude a volver a un mundo que ya no conocen».

La sociedad se convierte en una jungla para quienes vuelven después de cumplir penitencia. «Hay personas que han pasado veinte años entre rejas y al salir no saben ni qué es un teléfono móvil, ni un billete del metro; es como volver a nacer». Además, según Núria, muchas de estas personas salen con las facultades mentales mermadas. «Si a cualquiera de nosotros nos cerraran dos décadas entre cuatro paredes, nos quedaríamos lelos», resume.

El proyecto de reinserción social de la Obra Mercedaria dispone de una red de pisos de acogida en España y El Salvador con capacidad para 100 plazas. En 2020 atendió a 365 personas. En estos hogares, monitorizados por profesionales y voluntarios de la Fundación, los beneficiarios viven en familia con normas de convivencia y habitaciones individuales. «Vienen de ser un número, de un lugar donde les dicen cuándo y cómo hacer cada cosa; y esto hace difícil el proceso», apunta Núria.

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(Foto: Adrián Quiroga)

Hay personas que han pasado veinte años entre rejas y al salir no saben ni qué es un teléfono móvil, ni un billete del metro; es como volver a nacer

«Intentamos cuidar el tema del después, que no recaigan en el delito, algo que es fácil si no tienen acompañamiento», señala la directora de la Fundación. «Cuando acompañas a alguien y lo valoras, esta persona, al no sentirse sola, se ve con ganas de salir adelante y superar las dificultades. Hay gente que lo consigue, bien porque se les da bien alguna actividad profesional como cocinar o llevar una carretilla elevadora, da igual. Que alguien te diga que vales por algo es muy valioso».

En la reinserción, es crucial recuperar la autoestima. En este sentido, es de gran ayuda el carácter positivo y optimista de Núria. «A veces me dicen que siempre estoy contenta y yo digo que no tengo motivos para no estarlo. Si al final puedo decidir si estar bien o mal, decido estar bien. A las personas que han pasado por prisión, esta mirada positiva se les ha ido apagando, y conviene que alguien les recuerde, para ellos es muy potente», sostiene.

Se trata de poner en juego todos los mecanismos para que la persona se sienta con fuerza para volver a la vida social. El soporte de la Obra Mercedaria se articula a través del PAO (Punto de Atención y Orientación) e implica pisos de acogida, trámites administrativos, servicios legales y formación a través de clases de idiomas y talleres. Todo ello conforma un itinerario personalizado que la persona debe poder alcanzar en un período de un año como máximo, lo que, según confiesa Núria, no siempre ocurre: «Algunos esperan que se lo hagan todo, y eso no lo podemos permitir, debe haber un límite, una cultura del esfuerzo: les ayudamos, pero ellos deben poner de su parte».

Para Núria, el proceso de reinserción consiste en ir alcanzando pequeñas metas, como quitarse el carné de conducir o estudiar un curso. De esta forma quien sale de la cárcel es capaz de sentirse fuerte y creer que puede tener una salida. «La mayoría no han tenido la suerte de nacer en una buena familia, con estudios, recursos, nunca han tenido posibilidad de nada. El nuestro es un trabajo de mirada de largo recorrido. Trabajar en este contexto me ha ido bien porque yo era muy impaciente, y aquí he aprendido que en la vida todo son procesos personales, no todo es rápido, todo cuesta y cada vez que te caes, tienes que volver a levantarte».

 

Donde con muy poco se puede hacer mucho

Núria llegó a la Obra Mercedaria en 2016 después de una larga etapa como técnica en Ràdio Estel. En el mundo social, dice, «con muy poco puedes hacer mucho», y aunque encuentra complicado trabajar en un ámbito al que casi todo el mundo da la espalda, «estar aquí es un reto y de vez en cuando aún piensas que el mundo se puede cambiar algo».

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Centro Penal La Esperanza, conocido como Mariona, en El Salvador

Su labor al frente de la Fundación le ha llevado a visitar prisiones en Centroamérica y África, donde ha visto de cerca las condiciones infrahumanas de un mundo penitenciario marcado por la suciedad, la violencia, las enfermedades y la falta de higiene y de respeto. Las películas, dice, se quedan muy cortas en comparación con la realidad.

A pesar de que últimamente se ha hablado del tema a raíz del caso de los presos políticos catalanes, para Núria, «las cárceles siguen siendo las grandes silenciadas de la sociedad». Es un mundo de sombras que asusta y del que casi nadie quiere saber nada. «Los mercedarios -dice- son seres de luz en las cárceles porque van, sobre todo, a escuchar sin juzgar. Como Obra Mercedaria miramos a personas. No quiero saber lo que han hecho, si han matado o no. ¿Qué habría hecho yo si estuviera en su sitio? Hay personas realmente malas, pero son las menos.

En la cárcel la gente entra por circunstancias de la vida: porque vienen de barrios y familias desestructuradas, o a menudo por problemas de salud mental. Justamente, uno de los grandes problemas que existen en las prisiones actualmente es que internos que están o deberían estar recibiendo tratamiento psiquiátrico están mezclados con el resto de los reclusos».

Uno de los grandes problemas que existen en las prisiones actualmente es que internos que están o deberían estar recibiendo tratamiento psiquiátrico están mezclados con el resto de los reclusos

La última reflexión que deja Núria es que, como sociedad, estamos perdiendo la capacidad de escuchar. «No sabemos ponernos en la piel del otro. Somos una sociedad egoísta, estamos demasiado ocupados mirándonos el ombligo. Estamos construyendo sociedades destructoras, cuando deberíamos hacer lo contrario: al final todos nos necesitamos unos a otros».

Por todo ello, la Fundación sigue dando a la gente segundas, terceras, cuartas oportunidades, las necesarias para no dejar a nadie en el suelo. «Que alguien te dé la mano para levantarte es lo mejor que puede pasarte. Cuando te apoyan te sientes más fuerte. Siempre digo que las penas, compartidas, no lo son tanto», concluye.

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(Foto: Adrián Quiroga)

Cuando damos por terminada la conversación, Núria recibe una llamada al móvil. Al día siguiente llegarán a Barcelona el Provincial y el ecónomo de los mercedarios; vuelven de una visita a las comunidades de Mozambique y Núria tiene que ir a buscarlos al aeropuerto. De fondo, se oye aún el incesante alboroto que viene del patio de la Escola Castella.

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